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© Eric Alvarez, Santurce, Feb.-2-2020. 7:00 pm |
Tal vez algún día sus obsesiones más recurrentes, sus alucinaciones y sus imágenes más improbables, desaparecerían junto a aquellos laberintos, sumidos dentro de otros laberintos, atravesados por árboles oscuros, donde Asterión aguardaba, ambivalente, y profundamente angustiado, el próximo rito que preferiría no consumar, laberintos de minotauro en los que moraba con su cuerpo extremo, con sus cuernos y su soledad.
Ese día –pensaba– podré expulsar de mi vida, y de mis recuerdos, los ritos que devoran mis sueños, y nutren mis pesadillas a un mismo tiempo, aquellos seres incapaces de escapar de estos pasillos obscuros, y que terminan en mis brazos para satisfacer mis necesidades animales, aquellos labios húmedos, aquellas manos infinitas y minuciosas posadas sobre mi hombro, todo lo que me condena, y todos mis confusos delirios, desaparecerán.
Al paso de los espacios del tiempo multipolar que rige la vida, un día como cualquiera otro, Asterión caminaba su angustia por uno de sus laberintos cuando fue atacado por un hombre con una espada. Asterión no se defendió con entrega. Tras el enfrentamiento, cayó al suelo entre jadeos, y exhaló.
Teseo, después de constatar que Asterión había muerto, agarró su espada ensangrentada, y se marchó, con sus propias tribulaciones y sus demonios.
(Versión corregida-2020-03-01, 10:33 am.)
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